En 1961, Gabriel García Márquez dio con la obra de Rulfo mientras vivía en México, donde tenía planeado hacer guiones cinematográficos. Luego de escribir sus primeros libros y de vivir en Nueva York y París, ‘Gabo’ se sentía «metido en un callejón sin salida (…) buscando por todos lados una brecha para escapar».
«En ésas estaba, cuando Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ‘Lea esa vaina, carajo, para que aprenda’; era Pedro Páramo», narra el autor colombiano en un artículo.
«Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura; nunca, desde la noche tremenda en que leí ‘La metamorfosis’ de Kafka, en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá casi 10 años atrás, había sufrido una conmoción semejante», prosigue.
Tras Pedro Páramo, ‘Gabo’ leyó ‘El llano en llamas’ (1953), una recopilación de cuentos. El impacto de ambos títulos fue tan grande que «el resto de aquel año [1961] no [pudo] leer a otro autor, porque todos [le] parecían menores».