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    De la sequía a las inundaciones

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    Hace dos meses, menos en algunas partes del país, de lo que se hablaba era de la sequía y puede resultar sorprendente cómo ahora la conversación es de las inundaciones.

    Foto: Rogelio Morales, Cuartoscuro.

    Por Claudia Campero (Greenpeace) para Sin Embargo.


    Hace dos meses, menos en algunas partes del país, de lo que se hablaba era de la sequía y puede resultar sorprendente cómo ahora la conversación es de las inundaciones. Falta ver cómo se desarrolla la temporada de lluvias pero estas tormentas que se están viviendo pueden no compensar los problemas de falta de agua en las presas. La emergencia climática es así, los eventos hidrometeorológicos se incrementan en intensidad y frecuencia.

    No todas las lluvias son iguales ni para los daños humanos, ni para la recuperación del agua superficial y subterránea. Cuando cae una tromba donde en pocos minutos todo se inunda, como sucedió hace algunos días en Atizapán, no sólo se provocan daños a propiedad y se arriesgan vidas, sino que tampoco es muy útil para la infiltración. El agua corre rápidamente, arrastra todo y se mezcla con el drenaje que se desborda. Si estas lluvias torrenciales caen sobre mayormente pavimento impermeable, pues a nadie sorprende que lo único visible sea desolación.

    Lo que estamos viendo en México y en el mundo ya no es una llamada de atención, es un grito desesperado que está costando vidas humanas y generando importantes daños materiales. Olas de calor, incendios, sequías, inundaciones, todos agravados por temperaturas extremas. Asusta ver países ricos enfrentando fenómenos incontenibles. Si así les va a quienes tienen reglamentaciones que más o menos se siguen y servicios de emergencia con algo de presupuesto, lo que se vive en países pobres es obviamente muchísimo peor.

    Se nos acabó el tiempo, tenemos que poner manos a la obra en este momento. Tenemos que dejar atrás nuestra dependencia de los combustibles fósiles, lo cual incluye forzosamente reducir nuestro consumo energético, y adaptarnos. Adaptarnos es asumir esta realidad de emergencia climática que ya estamos viviendo y pensar nuestras ciudades de otra forma.

    La gestión del agua juega un rol fundamental en esta ecuación. La gestión actual tiene un alto consumo energético (particularmente de bombeo), además depende de grandes proyectos de infraestructura que siguen más una lógica de control que una de resiliencia y regeneración. Tenemos que repensar todo esto pues lo que tenemos a la fecha en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México es terriblemente inequitativo, ineficiente y agravante de la crisis climática. Tenemos las claves para hacerlo, son un conjunto de ejes estratégicos que incluyen reparación y sectorización de la red de agua, captación de agua, tratamiento de agua residual a nivel colonia o alcaldía y reaprovechamiento, recuperación de cuerpos de agua, conservación y regeneración de ecosistemas, gestión de riesgos hidrometeorológicos, entre otras cosas, todo ello con participación significativa de la población en las colonias.

    Nada de esto será posible si no detenemos la voracidad inmobiliaria que impulsa más y más construcción y cubre todo de cemento con una falsa idea de desarrollo y bienestar que sólo agrava el difícil escenario que ya de por sí tenemos. Toca hacerle frente y ponerle un alto a los proyectos destructivos como a Bosque Diamante en Jilotzingo que pretende talar casi 200 mil árboles cuenca arriba de Atizapan –si así de mal le va ahora con las inundaciones imagínense eliminando el bosque que ahora retiene suelo y agua y capta carbono–.

    Toca también reimaginarnos la ciudad que queremos y enfocar nuestras propuestas para que sea una más justa, más verde y azul y menos gris.

    *Este texto de opinión fue publicado originalmente en Sin Embargo, para leer la publicación original sigue este enlace.

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