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    Muere Eduardo Manzano, el último de los Polivoces

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    Junto a Enrique Cuenca, Manzano forjó el humor de toda una generación entre las décadas de los 70 y 80

    El comediante nacido en 1938 se encontraba vigente, al participar activamente en cápsulas humoristicas en redes sociales.

    Su hijo Eduardo dio a conocer la noticia en una sentida esquela en la que  agradece las enseñanzas del gran cómico que marcó toda una época.

    Eduardo Manzano, nacido el 18 de julio de 1938 en la Ciudad de México, es una de las figuras más queridas y perdurables del humor nacional. Actor, comediante, cantante y pionero de la televisión humorística, Manzano se incrustó en el imaginario colectivo gracias a su capacidad de transformar lo cotidiano en carcajada y lo simple en arte escénico.

    Su rostro, de gestualidad inconfundible, y su voz —grave, ágil, rítmica— lo convirtieron en un comediante con sello propio. Fue parte esencial del legendario dúo Los Polivoces, junto a Enrique Cuenca, donde creó personajes que trascendieron generaciones y que aún hoy son referencia obligada de la comedia mexicana. Desde el oficinista neurótico hasta el ciudadano ingenuo, Manzano encontró siempre la manera de caricaturizar la vida sin malicia, con un humor blanco, cercano y profundamente humano.

    Más allá de su etapa en Los Polivoces, su carrera abarcó cine, teatro, doblaje y televisión. Su versatilidad le permitió navegar con naturalidad desde la farsa hasta la comedia situacional, y más tarde, ya en la madurez de su oficio, incorporarse a nuevas producciones y formatos donde demostró que su talento no pertenecía únicamente al pasado, sino que seguía vivo, vigente y adaptado a los tiempos.

    Eduardo Manzano es parte de la memoria emocional del país: cómico fino, actor disciplinado y figura entrañable que aprendió a reírse de los vicios sociales sin caer en el agravio, y a observar la vida con una ironía elegante que hoy resulta escasa. Con casi siete décadas de trayectoria, su legado continúa inspirando a nuevas generaciones, recordándonos que la risa —cuando nace de la inteligencia y del oficio— es también una forma luminosa de permanencia.

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